Rafael Cadenas recebe o Prémio Cervantes 2022

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O poeta venezuelano Rafael Cadenas recebeu, no passado dia 24 de abril, o Prémio Cervantes 2022, numa cerimónia presidida pelo Rei e pela Rainha de Espanha, no auditório da Universidade de Alcalá de Henares (Madrid).

Leia aqui o discurso do poeta na íntegra:

Sus majestades:

Este es un honor que me sobrepasa. Estar frente a ustedes, majestades, y junto a poetas y escritores que siempre he admirado, es mucho para quien lee estas palabras, pero debo añadir, con miras a sosegarme un poco, que estoy lleno de España.

Trataré de aclarar esta afirmación tan rotunda de quien suele evitar el énfasis al que somos tan propensos los hispanoamericanos.

El idioma sería el primer vínculo. Luego, en consonancia con él, su literatura, que he leído asiduamente. Los viajes con mi esposa, Milena, cuyo abuelo por cierto era de las Canarias, como ocurre a muchos venezolanos que descienden de españoles merced a la migración que los trajo a la América Latina. Hoy la desventura es inversa, aunque no a causa de guerra alguna.

Entre los que vinieron había muchos profesores que se incorporaron a nuestra educación. Casi al llegar dieron clases en liceos y universidades del país, enriqueciendo así nuestra cultura. Yo tuve tres de ellos y sufrieron un poco conmigo, pues no fui buen estudiante. Sobre todo descuidé las materias científicas, lo cual lamento, pues la física cuántica, por ejemplo, ha restaurado el insondable misterio del cosmos; es una revolución.

En suma, esa fue la mejor época de nuestra educación. En cuanto a la Universidad Central de Venezuela, UCV, también fue su período de mayor esplendor. Afortunadamente, pese a no estar bien desde hace años, sigue siendo plural. Una que sea para adoctrinamiento deja de ser universidad.

Aquí viene a punto la desalentadora opinión de Karl Jaspers. Él afirma que no existe ninguna concepción del mundo valedera, lo cual nos deja a la intemperie, pero a la vez nos fuerza a indagar. Él tenía dos temores: uno al totalitarismo, y otro a la bomba. En este tiempo aquél avanza, y ésta ha crecido. Resulta paradójico, por cierto, el que las naciones más civilizadas se encuentren entre las principales fabricantes de armas. Se trata de una industria muy próspera.

En el recuento que venía haciendo, debo incluir también a los amigos que este país me ha deparado. Pero no podría decir todo lo que he recibido de él, pues me alargaría y deseo tocar otros puntos.

La impronta del Quijote estuvo en los creyentes de la utopía que arreglaría todo y terminó en un desengaño. Es sabido que nacionalismos, ideologías y credos dividen a los seres humanos. Pero en este tiempo el mundo, gracias al desarrollo de la comunicación, debería ser cosmopolita. Ya en cierto modo lo es, pero a ello se oponen los factores que he mencionado, sobre todo el nacionalismo, que según Einstein es el sarampión de la humanidad. Sin embargo, existe un ego nacional que no aceptaría semejante cambio.

Séneca era cosmopolita; Goethe también. Igualmente, Derrida, quien parafraseando a Marx publicó un pequeño libro con este título: “Cosmopolitas de todos los países, uníos”.

Ahora me referiré a nuestra lengua, que anda muy maltrecha, por lo que hemos de cuidarla como amadores suyos, pero no puedo señalar sus fallas en esta ocasión, porque son demasiadas, algunas procedentes de traducciones del inglés en la televisión y otros medios. Antes, a comienzos del siglo XX, los académicos se enfadaban con los galicismos; los que se deslizan hoy en nuestro vivir son los anglicismos.

Soy muy amigo de las citas porque refuerzan cuanto pienso, y casi siempre vienen de alguien con autoridad. A propósito de lo dicho, usaré una de George Orwell. Dice él: “El actual caos político guarda relación con la decadencia del lenguaje, y podríamos conseguir alguna mejora si empezáramos por lo verbal”.

Ahora también debo señalar la limitación de la palabra. Ella no es el objeto que designa: decimos fuego sin quemarnos. Tampoco va al paso de la realidad. Ésta cambia constantemente, pero no la palabra.

Creo que puede haber llegado el momento de revisar las bases de toda la cultura, aunque no sé si al decir esto se trata de un contagio de los dos famosos personajes. Todo debería examinarse, verse, trocar la ilusión por lo real. La faena más ardua que se le puede plantear al ser humano.

Teresa, la santa, que no se consideraba como tal, antes bien hablaba sobre ella sin piedad, en sus libros nos dejó dicho que hemos de tomar alegremente lo sabroso como lo amargo, palabras que firmaría cualquier maestro zen, vedantista o taoísta. Es que hay afinidades y diferencias entre los místicos de las diversas religiones. Sólo ellos podrían modificarlas, pero es necesario diferenciar esa mística de lo que Wittgenstein llama lo místico, que designa el mundo no como es, sino que es.

También resulta útil distinguir entre pertenecer a una religión y religiosidad. Hay una anécdota en tal sentido: alguien le preguntó a Schiller, el gran poeta alemán, por qué no era de ninguna iglesia, y éste contestó: por religión. Es decir, por religiosidad. Creo que cuando el pensamiento ve su límite aparece una apertura hacia lo indecible.

Yendo hacia la idea de revisión, pienso que ésta debe aplicarse a la democracia. Es urgente defenderla de todo lo que la acecha, y para ello se requiere recrearla. Esa tarea le incumbe a la educación, que la ha descuidado. Se necesita, en los países donde existe, una pedagogía que la robustezca. En los otros, que no la han conocido, es vano tratar de introducirla.

Los demócratas deben pedir a voces su renovación. Ha de interiorizarse, volverse transparente, dar primacía a lo social aboliendo la pobreza, apoyar la cultura. Esto no es ningún sueño, sino un trabajo de todos, hacedero sólo con plena libertad.

Finalmente, quiero enviar saludos a los profesores, empleados y estudiantes de la UCV y a los de las otras universidades del país. También a mis queridos amigos españoles, y particularmente al escritor nicaragüense Sergio Ramírez, a quien admiro, con mi deseo de que pueda volver a su país.

Cervantes fue un gran defensor de la libertad. Recordaré sus palabras muy conocidas, aunque deberían difundirse más. Colocarlas, por ejemplo, en los escudos de los países. Dice don Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a un hombre”.

Muchas gracias.

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